sábado, 1 de mayo de 2010

En el día del Trabajador

Candor

Si mi alma inmune a la barbarie, tuerce mi fuerza ante el sopor de este arder de fuegos, penoso podré ver que el mundo compartido yace allá lejos donde la mente no tiene palabras.
Nos llamaron proletarios, nos dieron un oficio, oficializaron nuestro trabajo ante la guerra que se aproximaba. Sí, ayer fui un obrero. Caminé, lloré, reí junto a los míos, dancé en torno a un país que pudo haber soñado con la emancipación de su pueblo. Sí, un día fui. Trabajé y fui. Tuve esperanza en mi gente, en la fuerza de todas aquellas ropas viejas, de aquellos corazones necios para combatir la brecha que derrumbaba nuestras seniles mentes cansadas. Soñábamos con aquel futuro donde las descendientes generaciones pudieran anhelar ser felices, desear aquel lugar de unión y construirlo. Pero aquel sueño cansado llegó a oídos del Tirano, de aquella fuerza azul que prometía no decaer, que pretendió ascender para mantenerse… nuestros hermanos la llamaron imperialismo, esa fase superior del capitalismo, lo que ya vivíamos. Escondidos nos explicaron su repercusión en este Cuarto Mundo y poco a poco en nuestros hogares irrumpió, llevándose aquellos sentimientos que escondía bajo la almohada, robando el pan que con tanto afán, tú mujer preparabas… arrancándonos las pocas ganas de soñar. Sabíamos, lo teníamos presente. La producción la teníamos nosotros aunque bajo el yugo de un patrón, nos sentíamos únicos; podíamos salir y luchar. Crear y cambiar. Destruir para construir. Pero ellos tenían en sus manos nuestro triste destino y el espanto nos envolvió, no tuvimos que observar para ver que ese concepto que aún no logro comprender, arrasó con todo ¿para qué? Para mantener a los exclusivos en la cúspide, para prolongar este presente sin salida, para persistir esta pausa que inhibe nuestras ideas en un silencio sin ventanas… ¿por qué? Porque los oligarcas prepararon el fin del mundo aceptando progresar, disciplinar y crear tecnologías de imagen. Pretendieron que con aparatitos sin antenas podrían comprarnos. Pero no, esa ganancia no es para nosotros. Los cuerpos cansados de mis compañeros reflejaron la fusión de la esclavitud con la actualidad: Globalización, esta palabrita que tantas veces escuche en la radio, en la TV tan lejana, tan frágil y sin sentido. Pero hoy está aquí, es la realidad que nos obsequiaron sin pedirla…
La consternación de no saber nuestro final, la cadena que oprime esta unión de almas petrificadas no nos permite soñar con aquel derecho de vivir en paz.
Pero sí, sin saberlo este homicida de deseos, nutre algo. Alimenta estos corazones que no hacen más que gritar. Sí, lo noté aquel día que mis compañeros pudieron observar el deterioro, lo sintieron y lo sentí… lo aborrecimos, fue como una respuesta a coro de fusil, no notamos que nuestros puños albergaban toda la fuerza que sobre el vil progreso debíamos arrojar. Hoy, los martillos se están fabricando, lentamente el miedo se emancipa en una voz y ya no se define como un temor. No tenemos permiso para luchar pero no es un obstáculo, faltan mentes que despertar, pero sólo un soplido puede remover aquello que tan dormido está. Sólo hace falta que observemos, que la llamarada de todos los ojos note la conclusión subyacente y nuestro desconocido temor se conjugue con la fuerza.
Llegará aquel día donde mis ojos se posarán en un suspiro que tenue pero sujeto reflejará el candor de esa luna del color de la sangre que anunciará la hegemonía en una sola voz jornalera.

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